viernes, 13 de noviembre de 2009

De hombres, mujeres y amistades

Después de un rato ella se levantó. No vestía más que una musculosa y un short, nada que me guste tanto como eso. Yo seguía tirado en la cama, con mis manos cruzadas detrás de mi cabeza, mirandola pasear su cuerpo tan feroz y delicado al mismo tiempo. No puedo evitar sonreír y pensar en lo linda que está y lo hermosa que es. El problema es que notó mi risa pero no mi pensamiento, y me preguntó de qué me reía. "Nada, que tenés un agujerito en el pantalón" le digo, mientras busco algún agujero que ratifique lo que acababa de decir, y ella, con cierta mezcla entre preocupación y vergüenza, se lo busca y me dice "ay, ¡no me digas que lo viste!" A los dos segundos me mira y en sus ojos leo "Como si me fuera a preocupar que me veas vos" y es ahí cuando se ríe y me endulza los oídos con ese sonido y captura la atención de mis ojos con cada músculo que forma la expresión en su cara. Sin pensarlo y sin querer, suspiro y trato de desviar la mirada hacia el techo. Lamentablemente, el techo liso ayudaba a mi imaginación y la seguía viendo a ella. Pero esta vez multiplicada por miles, y cada una de esas miles hacía una de las cosas que me gustaban de ella. Siendo imposible verlas a todas, decidí focalizar mi atención en ella, total, segundo a segundo iba evocando a cada una de esas imágenes que tanta paz me daban. Y ahí está ella, acomodandose el pelo, cuidandose el maquillaje, probandose ropa y preguntandome si le queda bien. Hasta que a la quinta prenda me pregunta, cansada pero en el fondo halagada, "¿Me vas a decir a todo que sí?" No dije nada, sólo me encojí de hombros y levanté las manos y las cejas como diciendo "Como si tuviera otra opción" y me miró penetrante, inclinando un poco la cabeza hacia adelante, frunciendo el ceño y apretando los labios y se fue al placard de nuevo. Sólo veía sus piernas, ni largas ni cortas, de la medida justa y aquel agujerito en el pantalón, con la diferencia de que esta vez sí lo vi y no me causó gracia, sencillamente me hipnotizó. Salió y en su cabeza tenía una bombacha marrón, llevaba puesta al revés una remera toda llena de agujeros a la que se le veía un dibujo del Demonio de Tazmania y, arriba de la remera, el corpiño que le quedó del disfraz de Gatúbela que usó hace un año en una fiesta. "¿¡Y AHORA!?" pregunta refunfuñando, con cara de enojada, pero con los pómulos levantados, escondiendo una sonrisa, como un bebé que se quiere hacer el serio y no le sale. Exploté en una carcajada, me levanté, le agarré la cara con las dos manos, le besé la mejilla izquierda y le expliqué "No podrías estar más hermosa. Porque esta es tu esencia y no hay nada más lindo que una mujer en ese estado. Además, la tuya es la esencia más linda de todas." Los ojos se le llenaron de lágrimas, como un océano en plena tormenta, pero ninguna naufragó hacia su mejilla. Apretó fuerte los ojos tratando de secarlos, se secó la nariz y con la voz temblando expresó que nunca nadie le había dicho algo así, seguido de un "Gracias." Fue al baño, mientras ella se lavaba y se cambiaba, yo había vuelto a mi posición original en la cama, mirando el techo y a sus miles de figuras, pero ahora vestidas con una bombacha en la cabeza, la remera de Taz y el corpiño encima. Escucho la puerta y su voz que pregunta "¿Y?". Al bajar la mirada la veo dando una vuelta, su pelo largo, tanto como su vestido "rojo rubí" (como decía la etiqueta), apenas levantados por el leve envión, aunque siento que me golpean el pecho con una fuerza tan suave como la seda y tan fuerte como todo lo que me genera. Atino sólo a resoplar y en ese instante se queda quieta y, con tristeza, me dice "No te gusta." Y mientras la abrazo, con la misma fuerza y suavidad con la que su esencia habia golpeado mi pecho, le digo que sí, que me encanta, a tal punto que no sabía cómo decírselo. Pero ella no sabe que no hablo de su vestido.

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