miércoles, 15 de diciembre de 2010

Argentimedio

Vos exigís aumentos,
ellos piden trabajo.
Vos no estarás arriba,
pero ellos están abajo

de la escala que planteás,
de lo que llamás sociedad,
de la salsa que bailamos
cuando a vos te tocan vals.

No hace falta una revolución,
alcanza con levantarse del sillón,
abrir la mente, mirar y entender
que vos no sos tan distinto a él.

A él que pide, no porque quiere,
sino por derecho y porque merece,
un pedazo de Tierra, un poco de pan,
dormir bajo un techo y poder trabajar.

Vos no sabés qué es el hambre,
ellos te pueden contar.
Son los que bailan juntos
cuando llega el carnaval.

Rozás la xenofobia,
parece que te olvidás.
Preferís a los milicos,
nosotros gritamos nunca más!

No hace falta una revolución,
alcanza con levantarse del sillón,
abrir la mente, mirar y entender
que vos no sos tan distinto a él.

A él que pide, no porque quiere,
sino por derecho y porque merece,
un pedazo de Tierra, un poco de pan,
dormir bajo un techo y poder trabajar.

martes, 14 de diciembre de 2010

No me acuerdo

¡Que suerte tengo! Muchas veces uno no encuentra lo que busca, así como tampoco busca lo que encuentra. Por ejemplo: estas palabras, no sé cómo llegaron, pero acá están, esto son: no más (ni menos) de lo que ellas mismas quieren ser. Una expresión tan corta y tan amplia es la desencadenante de una serie de fraseos, predicados, sujetos, verbos, sustantivos, modificadores, objetos... Objetos que se escriben, se visualizan y que aunque no se tocan, se sienten.




Hoy, desempolvando este escrito, me doy cuenta que no recuerdo a qué me refería exactamente. Tengo tantas cosas que no busqué, simplemente un día giré la vista y ahí estaban, y tantas otras hay que aunque busque no encuentro, que me cuesta saber con exactitud de qué quería hablar. Quizás era de la suerte de tener un techo (Nunca lo busqué, afortunadamente desde que abrí los ojos por primera vez que está ahí), quizás de tener una familia (o puede ser por la familia que me tocó y lo lindo que se siente estar rodeado por ellos), a lo mejor quiso ser de mi perro (o de los compañeros más fieles que uno pueda tener, sean de la especie que sean), existe la posibilidad de que fuera de un amigo (o del hermano que me dieron la vida y el tiempo), o capaz de mi novia (o de las miles de sensaciones que nos generan el amor y la pareja), o quién te dice que no era de la música (o del increíble encantamiento de la desconexión neuronal que ella produce en mí), o de la risa de mi ahijada (posiblemente de lo lindo que es reirse y ver a alguien reír), puede ser de la murga (o de sensaciones y terapias alternativas para el corazón), quizás era de la gente desconocida de todos los días (o los padres, hermanos, tíos, abuelos, primos, hijos, sobrinos, nietos, amigos, compañeros, conocidos), o de la tierra (o de como algo tan hermoso puede mantener sus encantos a pesar de ser tan manoseado y maltratado).



No sé, podría ser cualquier cosa, no estoy seguro. De lo que sí tengo la certeza, es que tengo que empezar a escribir recordatorios.

Murga es Pueblo y Carnaval

"No, mañana es el primer sábado de carnaval" respondió a la invitación de un amigo de salir a tomar algo. De haber dicho que sí no hubiera sido la primera (ni la última) vez que lo hiciera, pero esta vez era distinto. La mochila que cargaba este año era grande, grande y pesada. Por lo que una vez descansado se despertó, con el tiempo justo para ver cómo venía el clima (primero por la ventana, después en el diario y, para descartar sospechas, en la tele), picar algo, ponerse la camisa y el pantalón, agarrar el traje y salir.

Llegando a destino empieza a respirar ese aire cargado de ansiedad y nervios, de fácil reconocimiento para aquel que lo sintió alguna vez. Se encuentra con algunos ya cambiados, preguntando cuándo arrancan y apurando a los otros, quienes, sabiendo que todavía falta, aprovechan para tratar de relajarse. Máscara completa, sonrisa dibujada y al micro.

Del otro lado del vidrio se vive un sábado más, paseos, compras, cafés, trabajo. Como si viniera de otro mundo, un mundo que no conoce de todo eso, este micro naranja viene saltando al son de su latido, que nada tiene que ver con su motor ni su mecánica. Es la gente que va en él, que de a poco va aflojando la carga de su vida, aligerándose el corazón y dándole más fuerza a sus gritos.

A dos cuadras se pueden divisar el vallado y los banderines de colores que delimitan el campo de juego. Es él contra su tristeza. Si bien es un partido de uno sólo, no es el único que se juega. Cada uno que está ahí tiene un superclásico, una final de campeonato. Suena el bombo inicial y es energía pura, su sonrisa ya no está dibujada, las penas van abriendo cancha y llega el momento decisivo. Mano a mano, su dolor y él. Ya no lo puede gambetear, no le queda más que cerrar los ojos y patear, patear lo más fuerte que pueda.

Al abrir los ojos se encuentra a varios centímetros del suelo. En un segundo eterno, mientras siente como va cayendo su mochila, recuerda lo que es para él el carnaval, mira a Momo y le agradece la posibilidad de aguantar un año más.



Te espero Febrero. Con ansias te espero.