viernes, 13 de noviembre de 2009

Llueve

Rara vez viajo en tren, aunque ya lo llevo hecho 4 veces (dos de ida y dos de vuelta) en los últimos 4 días. Menos tiempo del que vengo llevando una mirada bastante metafórica, casi poética (o rebuscada, según quien la capte) de la vida. Hoy fue un día bastante activo para la parte creativa de mi cabeza. La ventana estaba abierta y mi mirada allá afuera, el codo apoyado en el marco señalando a la misma nada a la que apuntaban mis ojos, la mano sosteniendo la cabeza y tapando la boca, a ver si todavía mi mente, casi como en una travesura, eructaba alguna mariposa (léase "idea") que andaba dando vueltas por el estómago, y el pensamiento, que es lo que hace de la cabeza la parte más pesada del cuerpo, era aire que deambulaba por la nada misma. Hasta que un pedazo líquido de cielo me toca el hombro y ese aire del que hablaba empieza a traerme una vieja, pero inmortal, melodía: "Have you ever seen the rain falling down on a sunny day?". Y menos mal que tenía la boca tapada, sino todos me hubieran visto medio raro cuando le respondiera "Yes, I have" a los muchachos de Creedence.Se empiezan a cerrar ventanas y, en el andén, a abrir paraguas. Mis ojos ahora divagaban más por arriba, donde si apuntaba el codo sería bastante incómodo y cansador. Veían el cielo cubierto pero aún bastante claro por el Sol que andaba por ahí, recordandome que aunque esté nublado, él sigue ahí brillando. Sin darme cuenta, me encuentro en Belgrano "R", mi estación. Bajo, sigue lloviendo. Entonces, veo como los que no tienen paraguas corren en busca de refugios efímeros como sus trotes (dependiendo, claro, de la distancia al siguiente techito). Los que sí los tienen, se esconden en ellos, todo como si fuera una lluvia, pero de meteoritos. Yo miro al cielo, unos cuantos meteoritos impactan mi cara, pongo mis manos en los bolsillos y me encojo de hombros mientras suspiro y pienso (esbozando una sonrisa) "La lluvia no es más que eso, lluvia. Agua que cae sobre nosotros, como papel picado en la entrada de un equipo al estadio, o espuma en un corso en pleno carnaval." Y camino tranquilo, cuando me pregunto, al atravesar una plaza (obviamente) vacía, "¿Por qué será que se relaciona la tristeza con la lluvia? ¡Si las gotas no duelen y son menos molestas que un mosquito! La tristeza debería ser más un baldazo de agua hirviendo, que nos quema cuando pega y nos deja algunas marcas que, al tocarlas, arden, pero si las dejamos, de a poco pasan." Al instante que le puse el punto final a esa oración imaginaria que mi mente escribió en el aire, se abren dos nubes y le dan un pequeño espacio al Sol y sí, efectivamente, él seguía brillando. Como si tuvieramos una charla en silencio, le sonrío con complicidad. Y las nubes que lo rodean se caen, mojando en unos segundos, más de lo que lo habían hecho hasta ahora. Y lo van tapando de a poco, como queriendo apagar su brillo. Yo las miro desafiante, con bronca, pero con la certeza de que eso no iba a pasar. Llego a casa y cierro los ojos. Mis oídos me transmiten que sigue lloviendo. Pero adentro, como arriba, brilla el Sol.

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